EL CUARTO TIEMPO
TEXTOEL CUARTO TIEMPO
CUANDO QUIEN DIBUJA
CUANDO QUIEN DIBUJA alcanza a decantar en su obra eso que mira, ha llegado a uno de los momentos más altos de esta disciplina. Importa sacar de lo visto las partes observadas como lo relevante de lo mirado pero cuyas entrañas no siempre se nos revelan de manera sencilla e inmediata sino hasta que fueron plasmadas por la mano que les otorgó nuevo cuerpo.
El juego no es el de agregar, trazo a trazo, elementos sobre el plano hasta que a fuerza de sobreposiciones nos den cuenta de algo que entenderemos como producto terminado - al margen de que seamos capaces de reconocer en él o no lo que nos rodea.
Ahí reside uno de los mayores atractivos del trabajo de Sandra Pani. Con unas cuantas líneas describe momentos, que cercanos a veces a la idea oriental de plasmar con bosquejos sencillos y casi elementales algo sobre sobre el plano, han dejado simplificada la obra, exenta de todo eso que en otro momento no sólo le pesaba sino que le impedía su expresión total. Su obra está libre de aquello que dice de manera narrativa y que pocas veces nos deja poner al ojo a viajar libremente para completar la historia que por ausente se hace manifiesta.
Al mirar las mujeres en la obra de Sandra Pani se experimenta la sensación de un trabajo casi documental ya no de sus cuerpos ( ellas conservan su corporeidad auténtica y pueden ser pasadas de peso o remitirnos a los cotejos científicos que atienden a los cuerpos azarosamente), sino de aquello que las conforma interiormente. Pienso en las Mandalas (vocablo sánscrito que significa círculo), que son el emblema de lo que incorpora todo en su propia sustancia. Así, estos cuerpos o sus partes, tienen en sí la totalidad del resto de lo que son. Tanto es de este modo, que al verles descubrimos que no queda omitida ni una sola de sus referencias aunque ellas no nos sean reveladas de manera obvia.
En este intenso proceso de decantación visual se dan en apariencia 4 tiempos. Sí esquemáticamente dividíesemos cada uno de esos momentos en una parte, resumiríamos que el primero es el del cuerpo entero y lo que le rodea, es decir, su entorno cromático y su emplazamiento físico. El segundo el del cuerpo entero, ese que somos capaces de reconocer en sus particularidades sin importar su ubicación. El esqueleto y su revistimiento son el tercer tiempo siendo éste la frontera de la figura casi en la etapa metafísica. Por último, la figura interior, lo que le da la posibiidad de "sostenerse" y "estar". El esqueleto entero o sus partes aisladas y presentadas de modo independiente. Ese cuerpo que no requiere de más armazón y que lo es aunque sólo de pronto nos esboce apenas con delicadas pistas su origen o pertenencia.
En este cuarto tiempo es donde el trabajo de Sandra Pani, adquiere mayor fuerza. No es el inicio de su construcción sino la culminación de un trabajo largo que, cromática y compositivamente alcanza aquí uno de sus momentos de expresión más intensos. Se niega aquí la trivializción de la forma. Ante su obra, se descubre un singular péndulo que viaja de lo abstracto a lo figurativo; va y viene, toca un extremo y regresa a otro. En ambos se detiene por instantes y en ninguno permanece. En ese camino recorrido está la obra. Son claramente dos vías que se cruzan y entrecruzan constantemente entre figura y no figura. Entre ellas el vacío como posibilidad expresiva, corporeizado. El hacer evidente lo que no está.
Su obra es la vastedad, el silencio o un espacio delimitado en el que aparentemente no pasa nada. Ahí, en ese universo capturado, se han apresado tiempos viejos y palabras que vienen de lejos, luces que después de que las hemos visto se escaparán a otro sitio. Y justamente ahí, en esos grandes espacios blancos de la obra de Sandra Pani, sucede todo aquello que vemos.
Reconocernos en su trabajo es tener conciencia de que somos también esas mujeres o los fragmentos de sus cuerpos en otros tiempos y en otros cuerpos (cuellos, columnas vertebrales, costillas, piernas...) La simultaneidad de existencia nos muestra los muchos que somos. No importa su género ni su historia. Importar su devenir en un cuarto tiempo que todos compartimos.
Por Santiago Espinosa de los Monteros
CUANDO QUIEN DIBUJA alcanza a decantar en su obra eso que mira, ha llegado a uno de los momentos más altos de esta disciplina. Importa sacar de lo visto las partes observadas como lo relevante de lo mirado pero cuyas entrañas no siempre se nos revelan de manera sencilla e inmediata sino hasta que fueron plasmadas por la mano que les otorgó nuevo cuerpo.
El juego no es el de agregar, trazo a trazo, elementos sobre el plano hasta que a fuerza de sobreposiciones nos den cuenta de algo que entenderemos como producto terminado - al margen de que seamos capaces de reconocer en él o no lo que nos rodea.
Ahí reside uno de los mayores atractivos del trabajo de Sandra Pani. Con unas cuantas líneas describe momentos, que cercanos a veces a la idea oriental de plasmar con bosquejos sencillos y casi elementales algo sobre sobre el plano, han dejado simplificada la obra, exenta de todo eso que en otro momento no sólo le pesaba sino que le impedía su expresión total. Su obra está libre de aquello que dice de manera narrativa y que pocas veces nos deja poner al ojo a viajar libremente para completar la historia que por ausente se hace manifiesta.
Al mirar las mujeres en la obra de Sandra Pani se experimenta la sensación de un trabajo casi documental ya no de sus cuerpos ( ellas conservan su corporeidad auténtica y pueden ser pasadas de peso o remitirnos a los cotejos científicos que atienden a los cuerpos azarosamente), sino de aquello que las conforma interiormente. Pienso en las Mandalas (vocablo sánscrito que significa círculo), que son el emblema de lo que incorpora todo en su propia sustancia. Así, estos cuerpos o sus partes, tienen en sí la totalidad del resto de lo que son. Tanto es de este modo, que al verles descubrimos que no queda omitida ni una sola de sus referencias aunque ellas no nos sean reveladas de manera obvia.
En este intenso proceso de decantación visual se dan en apariencia 4 tiempos. Sí esquemáticamente dividíesemos cada uno de esos momentos en una parte, resumiríamos que el primero es el del cuerpo entero y lo que le rodea, es decir, su entorno cromático y su emplazamiento físico. El segundo el del cuerpo entero, ese que somos capaces de reconocer en sus particularidades sin importar su ubicación. El esqueleto y su revistimiento son el tercer tiempo siendo éste la frontera de la figura casi en la etapa metafísica. Por último, la figura interior, lo que le da la posibiidad de "sostenerse" y "estar". El esqueleto entero o sus partes aisladas y presentadas de modo independiente. Ese cuerpo que no requiere de más armazón y que lo es aunque sólo de pronto nos esboce apenas con delicadas pistas su origen o pertenencia.
En este cuarto tiempo es donde el trabajo de Sandra Pani, adquiere mayor fuerza. No es el inicio de su construcción sino la culminación de un trabajo largo que, cromática y compositivamente alcanza aquí uno de sus momentos de expresión más intensos. Se niega aquí la trivializción de la forma. Ante su obra, se descubre un singular péndulo que viaja de lo abstracto a lo figurativo; va y viene, toca un extremo y regresa a otro. En ambos se detiene por instantes y en ninguno permanece. En ese camino recorrido está la obra. Son claramente dos vías que se cruzan y entrecruzan constantemente entre figura y no figura. Entre ellas el vacío como posibilidad expresiva, corporeizado. El hacer evidente lo que no está.
Su obra es la vastedad, el silencio o un espacio delimitado en el que aparentemente no pasa nada. Ahí, en ese universo capturado, se han apresado tiempos viejos y palabras que vienen de lejos, luces que después de que las hemos visto se escaparán a otro sitio. Y justamente ahí, en esos grandes espacios blancos de la obra de Sandra Pani, sucede todo aquello que vemos.
Reconocernos en su trabajo es tener conciencia de que somos también esas mujeres o los fragmentos de sus cuerpos en otros tiempos y en otros cuerpos (cuellos, columnas vertebrales, costillas, piernas...) La simultaneidad de existencia nos muestra los muchos que somos. No importa su género ni su historia. Importar su devenir en un cuarto tiempo que todos compartimos.
Por Santiago Espinosa de los Monteros
WHEN SOMEONE ENGAGED IN THE ART OF DRAWING
WHEN SOMEONE ENGAGED IN THE ART OF DRAWING manages to pour what she is looking at into the vessel of her work, she has reached one of her discipline´s highest summits.
The importance of this lies in obtaining those observed elements that might be viewed as the most relevant aspects of the model we are gazing at. But the latter´s entrails cannot always be reached in a simple and immediate manner until after it has been given a new embodiment by a drawing hand. This cannot be achieved by adding elements upon the receiving medium, stroke upon stroke, until we reach a finished product in which we may (or may not) recognize objects from our surrounding reality-as a consequence of the resulting superimposing layers.
One of the most attractive features in Sandra Pani´s work stems from the process described above. Using only a few lines she describes moments in an almost Oriental style, drawing simple and almost rudimentary sketches over her two-dimensional medium in a way that bares the work - unbridling it from anything that might stop it from achieving total expression. Her work os free from the narrative temptation, which often prevents us from grasping a missing story that becomes manifest by its very absence.
By observing the women depicted in Sandra Pani´s oeuvre one gets the feeling of an almost documentary work that does not focus on their bodies (they keep their original corporeity, and might be overweight or remind us of those scientific charts that painstakingly describe them), but on those elements that constitute their inner makeup. I am reminded of the Mandalas (a Sanscrit word meaning "circle"), an emblem of that which incorporates everything into its own substance. It is thus that these bodies, or their parts, contain a wholeness that reveals everything that they are. This happens to such and extent that, upon seeing them, we find out that nothing, not a single one of their significant references, has been omitted, even if those bodies have not been portrayed in any obvious manner.
This intense process of visual decantation seems to involve four periods. If we were to schematically assign a role for each period, the first one would correspond to the entire body and its surroundings, that is to say, its chromatic environs and its physical position.
The second one refers to the body as we might recognize it in its pecularities without any consideration to placement. The skeleton and its casing constitute the third period, which borders on the metaphysical. Lastly, the fourth period belongs to the inner figure, that which gives any body the possibility of holding itself up and standing erect: the whole skeleton or its isolated parts, independently presented. This body does not require any scaffolding; it springs fully-fledged, leaving only bare and delicate clues as to its origins or place of abode.
It is during this fourth period that Sandra Pani´s work acquires a deeper strength. It does not signal a beginning, but the culmination of a long and painstaking work that thus achieves one of its most powerful moments in both chromatic and compositional terms.
There are no concessions to formal triviality here, and we perceive a pendular movement that comes and goes from abstraction to figuration, as if from one extreme to the other. It briefly stops at both ends, but does not stay at either. The work is at the road thus treaded -in a two-way fashion- by two paths that cross each other constantly and go from figure to non-figure. Between them lies emptiness transformed into an expressive possibility -having become a body, as it were- making evident something that has never been there.
Sandra Pani´s work is both vastness and silence, or a perfectly delimited space where nothing apparently happens. It is there, in that universe under siege, that old times and words coming from afar have been taken hostage, and lights shine that will go elsewhere after we have perceived them. It is precisely in those great white spaces of Sandra Pani´s that everything we see gets to happen. To recognize ourselves in her works is to realize that we all are those women, that we personify their fragments in different times and within other bodies (necks, spines, ribs, legs). Simultaneous existence show that we are many, regardeless of gender of history, and that what matters is what we become whitin a fourth dimesion shard by us all.
By Santiago Espinosa de los Monteros
WHEN SOMEONE ENGAGED IN THE ART OF DRAWING manages to pour what she is looking at into the vessel of her work, she has reached one of her discipline´s highest summits.
The importance of this lies in obtaining those observed elements that might be viewed as the most relevant aspects of the model we are gazing at. But the latter´s entrails cannot always be reached in a simple and immediate manner until after it has been given a new embodiment by a drawing hand. This cannot be achieved by adding elements upon the receiving medium, stroke upon stroke, until we reach a finished product in which we may (or may not) recognize objects from our surrounding reality-as a consequence of the resulting superimposing layers.
One of the most attractive features in Sandra Pani´s work stems from the process described above. Using only a few lines she describes moments in an almost Oriental style, drawing simple and almost rudimentary sketches over her two-dimensional medium in a way that bares the work - unbridling it from anything that might stop it from achieving total expression. Her work os free from the narrative temptation, which often prevents us from grasping a missing story that becomes manifest by its very absence.
By observing the women depicted in Sandra Pani´s oeuvre one gets the feeling of an almost documentary work that does not focus on their bodies (they keep their original corporeity, and might be overweight or remind us of those scientific charts that painstakingly describe them), but on those elements that constitute their inner makeup. I am reminded of the Mandalas (a Sanscrit word meaning "circle"), an emblem of that which incorporates everything into its own substance. It is thus that these bodies, or their parts, contain a wholeness that reveals everything that they are. This happens to such and extent that, upon seeing them, we find out that nothing, not a single one of their significant references, has been omitted, even if those bodies have not been portrayed in any obvious manner.
This intense process of visual decantation seems to involve four periods. If we were to schematically assign a role for each period, the first one would correspond to the entire body and its surroundings, that is to say, its chromatic environs and its physical position.
The second one refers to the body as we might recognize it in its pecularities without any consideration to placement. The skeleton and its casing constitute the third period, which borders on the metaphysical. Lastly, the fourth period belongs to the inner figure, that which gives any body the possibility of holding itself up and standing erect: the whole skeleton or its isolated parts, independently presented. This body does not require any scaffolding; it springs fully-fledged, leaving only bare and delicate clues as to its origins or place of abode.
It is during this fourth period that Sandra Pani´s work acquires a deeper strength. It does not signal a beginning, but the culmination of a long and painstaking work that thus achieves one of its most powerful moments in both chromatic and compositional terms.
There are no concessions to formal triviality here, and we perceive a pendular movement that comes and goes from abstraction to figuration, as if from one extreme to the other. It briefly stops at both ends, but does not stay at either. The work is at the road thus treaded -in a two-way fashion- by two paths that cross each other constantly and go from figure to non-figure. Between them lies emptiness transformed into an expressive possibility -having become a body, as it were- making evident something that has never been there.
Sandra Pani´s work is both vastness and silence, or a perfectly delimited space where nothing apparently happens. It is there, in that universe under siege, that old times and words coming from afar have been taken hostage, and lights shine that will go elsewhere after we have perceived them. It is precisely in those great white spaces of Sandra Pani´s that everything we see gets to happen. To recognize ourselves in her works is to realize that we all are those women, that we personify their fragments in different times and within other bodies (necks, spines, ribs, legs). Simultaneous existence show that we are many, regardeless of gender of history, and that what matters is what we become whitin a fourth dimesion shard by us all.
By Santiago Espinosa de los Monteros