MI COLUMNA VEGETAL
TEXTOMI COLUMNA VEGETAL
SANDRA PANI: MEMORIA Y ESPACIO
“Un signo somos, inescrutable”, decía con una cierta nostalgia y acierto el poeta alemán /Hölderlin. La obra reciente de Sandra Pani constituye, sin duda, un excelente campo de experiencias sensibles que desarrolla al extremo el carácter abismal del signo plástico y nos sitúa ante un modelo de curiosa depuración formal, y desde luego, ante el signo en sí, que es la trayectoria artística de Pani. La artista es fiel al color y al cuerpo, en inmensas superficies monocromas sesgadas por breves espacios de luz. Dotada de una sensibilidad lúcida y poética para la pintura, su trayectoria ha carecido de cambios imprevisibles y de sobresaltos. Por el contrario, ha conservado una identidad de fondo, que hace relativamente fácil la identificación absoluta de su obra. Cosa simple, pero difícil en los tiempos que corren en el arte contemporáneo. “La pintura es -dice John Berger-, en primer lugar, una afirmación de lo visible que nos rodea y que está continuamente apareciendo y desapareciendo”. En este sentido, su forma de trabajar la superficie y su riquísima materia, así como la reducción mínima del motivo o de lo representado ( la construcción y destrucción, anverso y reverso del cuerpo en toda su expresión), que funciona con una manera silenciosa de ahondamiento, nos permiten relacionar armónicamente toda su evolución desde comienzos de los años 90, cuando llevaba a cabo una especie de reconstrucción de la figura humana, hasta sus últimas pinturas, dibujos, proyectos gráficos y objetos, cargados de misticismo, y ya dentro un minimalismo al máximo, pues a lo largo de más de dos décadas de trabajo, su paleta se ha vuelto más sintética, más neutra, dejando en momentos ciertas sombras que delinean las figuras que componen el cuadro.
Una pintura de volúmenes tal vez, pero aligerada por la luz que concentra la mirada del espectador. Basta con mirar sus dos series recientes: Mi columna vegetal y Del cuerpo, en las cuales experimenta la técnica del óleo sobre lino. Ordena el espacio con sólidas empastaciones de color y el contraste formal se transforman en volúmenes autónomos o en fuertes secuencias tonales. El espacio, la luz, el ritmo, toman forma y singularidad en “la columna vegetal”, como define Pani a su trabajo reciente.
El color, los tonos apastelados, en los que mezcla sentido cálido con cierta añoranza, y un dibujo tan sencillo como evocador siguen siendo elementos principales de su lenguaje. Como el aire selectivo con que escoge los motivos, por más que al final uno tenga la sensación de que ninguno sobra pero tampoco falta.
Una pintura hecha de pintura, pues a partir de una admirable economía de motivos figurativos, logra un deslumbrante abanico de imágenes, llenas de poesía. Cuerpos, trazos, residuos de una vida simple embalsamados por un halo gris de polvo viejo, endurecido. Un universo de sensaciones imprevistas que da vida a un mundo de arte único de extraña belleza. Pani domina ese equilibrio difícil en el que no se notan las restas la eliminación de motivos, y se intuye el cuidado con el que se define cada composición. El orden, la mesura, desde una temperatura que se convierte en propia a fuerza de ser asumida y defendida. Ocurre, sin embargo, que el dibujo se presenta más plano, que las líneas se abaten, que una sinuosa ayuda en ocasiones a resolver una imagen (caso del silencioso; casi mínimo, Columna vegetal). De lo anterior podría deducirse que el ejercicio se torna menos apagado, más personal, incluso más drástico, como lo muestra la manera de introducir un plano gris intenso en la parte superior de algunos cuerpos. Pero, con todo, Pani no es, paradójicamente, una colorista. Su obra reciente quiere ser un hábil ejercicio de composición y color, de transformación del color en forma primordial que regula los efectos visuales. Pani entiende que la pintura debe nacer de la memoria ancestral, de los viejos mitos de la humanidad y transformarse en la “presencia de lo sublime”, como decía Mark Rothko. Ese es su ofrecimiento y ésa la propuesta reciente de Sandra Pani.
POR MIGUEL ÁNGEL MUÑOZ
“Un signo somos, inescrutable”, decía con una cierta nostalgia y acierto el poeta alemán /Hölderlin. La obra reciente de Sandra Pani constituye, sin duda, un excelente campo de experiencias sensibles que desarrolla al extremo el carácter abismal del signo plástico y nos sitúa ante un modelo de curiosa depuración formal, y desde luego, ante el signo en sí, que es la trayectoria artística de Pani. La artista es fiel al color y al cuerpo, en inmensas superficies monocromas sesgadas por breves espacios de luz. Dotada de una sensibilidad lúcida y poética para la pintura, su trayectoria ha carecido de cambios imprevisibles y de sobresaltos. Por el contrario, ha conservado una identidad de fondo, que hace relativamente fácil la identificación absoluta de su obra. Cosa simple, pero difícil en los tiempos que corren en el arte contemporáneo. “La pintura es -dice John Berger-, en primer lugar, una afirmación de lo visible que nos rodea y que está continuamente apareciendo y desapareciendo”. En este sentido, su forma de trabajar la superficie y su riquísima materia, así como la reducción mínima del motivo o de lo representado ( la construcción y destrucción, anverso y reverso del cuerpo en toda su expresión), que funciona con una manera silenciosa de ahondamiento, nos permiten relacionar armónicamente toda su evolución desde comienzos de los años 90, cuando llevaba a cabo una especie de reconstrucción de la figura humana, hasta sus últimas pinturas, dibujos, proyectos gráficos y objetos, cargados de misticismo, y ya dentro un minimalismo al máximo, pues a lo largo de más de dos décadas de trabajo, su paleta se ha vuelto más sintética, más neutra, dejando en momentos ciertas sombras que delinean las figuras que componen el cuadro.
Una pintura de volúmenes tal vez, pero aligerada por la luz que concentra la mirada del espectador. Basta con mirar sus dos series recientes: Mi columna vegetal y Del cuerpo, en las cuales experimenta la técnica del óleo sobre lino. Ordena el espacio con sólidas empastaciones de color y el contraste formal se transforman en volúmenes autónomos o en fuertes secuencias tonales. El espacio, la luz, el ritmo, toman forma y singularidad en “la columna vegetal”, como define Pani a su trabajo reciente.
El color, los tonos apastelados, en los que mezcla sentido cálido con cierta añoranza, y un dibujo tan sencillo como evocador siguen siendo elementos principales de su lenguaje. Como el aire selectivo con que escoge los motivos, por más que al final uno tenga la sensación de que ninguno sobra pero tampoco falta.
Una pintura hecha de pintura, pues a partir de una admirable economía de motivos figurativos, logra un deslumbrante abanico de imágenes, llenas de poesía. Cuerpos, trazos, residuos de una vida simple embalsamados por un halo gris de polvo viejo, endurecido. Un universo de sensaciones imprevistas que da vida a un mundo de arte único de extraña belleza. Pani domina ese equilibrio difícil en el que no se notan las restas la eliminación de motivos, y se intuye el cuidado con el que se define cada composición. El orden, la mesura, desde una temperatura que se convierte en propia a fuerza de ser asumida y defendida. Ocurre, sin embargo, que el dibujo se presenta más plano, que las líneas se abaten, que una sinuosa ayuda en ocasiones a resolver una imagen (caso del silencioso; casi mínimo, Columna vegetal). De lo anterior podría deducirse que el ejercicio se torna menos apagado, más personal, incluso más drástico, como lo muestra la manera de introducir un plano gris intenso en la parte superior de algunos cuerpos. Pero, con todo, Pani no es, paradójicamente, una colorista. Su obra reciente quiere ser un hábil ejercicio de composición y color, de transformación del color en forma primordial que regula los efectos visuales. Pani entiende que la pintura debe nacer de la memoria ancestral, de los viejos mitos de la humanidad y transformarse en la “presencia de lo sublime”, como decía Mark Rothko. Ese es su ofrecimiento y ésa la propuesta reciente de Sandra Pani.
POR MIGUEL ÁNGEL MUÑOZ