DUALIDAD Y TRANSFORMACIÓN
TEXTOSDUALIDAD Y TRANSFORMACIÓN
POR JORGE TORRES SÁENZ
Cuando aceptamos que el sustrato de nuestra vida psíquica se funda en una manera particular de ser en escisión, asumimos de facto, a la naturaleza humana como algo equívoco y dual. En esa realidad nuestra, que hemos reconocido como doble, hallamos la raíz de una serie infinita de reconfiguraciones y multiplicidades, todas ellas dispersadas a partir de ese primer pliegue original que es punto de fuga, conciencia de un desdoblamiento primordial donde exterior e interior se confunden. Del sí mismo como un otro, al otro real. De la realidad de aquel otro, a la otra realidad del símismo.
La naturaleza amorosa de ese gesto no debe empero confundirnos, porque en los lienzos de Sandra Pani, los cuerpos estallan y se ramifican justamente porque aceptan la acción virulenta y cruel que conlleva toda transformación. El sentido de las metamorfosis que apreciamos en su obra se halla en el movimiento y sus signos palpables; en la convulsión misma de cuerpos que, al transfigurarse, abjuran la posibilidad de un estado ideal para el ser. Por ello, no encontraremos ninguna configuración definitiva como punto de partida o muelle de arribo. En la superficie de los cuerpos captados por su pintura experimentamos, por el contrario, sensaciones agitadas, movimiento, convulsión, bullicio, hervor de flujos efervescentes que son emanaciones de un devenir inagotable. Sandra Pani explora la membrana liminal de una serie de procesos que, ininterrumpidamente, generan intercambios y delinean coordenadas abstractas para nuevas corporalidades. Por vía de la eclosión, el escape y la apertura, el cuerpo se consuma en el plano de realización pictórica como sensación. Es por ello que las obras que conforman esta exposición pueden ser vislumbradas como umbrales de interconexión; pórticos de incumbencias, imbricaciones e interfaces que son instancias ilimitadas para la transformación y el cambio. De esta forma cada lienzo o dibujo representa a su manera, un plano admirable donde germinan y se despliegan seres abiertos a los fulgores y deflagraciones de la mutación.
Estas telas son límenes por los que los órganos devienen y se transforman al cariz del tegumento vegetal, la osificación cartilaginosa, o la tumefacción sistémica, en un crisol que asume como propias las potencias generadoras elementales: fuego, tierra, aire y viento. Desde esta perspectiva, las referencias a deidades ancestrales responden a una capacidad peculiar de apropiación que, en el caso de nuestra artista, subsume la anécdota para procurar la epifanía de las energías primordiales de la naturaleza.
Por último queda aún por descifrar el misterio del vacío que rodea a estas apariciones vibrantes, y diríamos, parafraseando a Nishitani, que tras esos espacios vacíos se halla quizá el sustrato de toda existencia posible, una nada fértil donde la muerte transfigura a la vida y la vida transfigura a la muerte; donde materia y espíritu se revelan mutuamente. Sandra Pani nos muestra cómo ser y nada se abrazan, reconociéndose y permutándose desde el corazón mismo de la vacuidad.
Cuando aceptamos que el sustrato de nuestra vida psíquica se funda en una manera particular de ser en escisión, asumimos de facto, a la naturaleza humana como algo equívoco y dual. En esa realidad nuestra, que hemos reconocido como doble, hallamos la raíz de una serie infinita de reconfiguraciones y multiplicidades, todas ellas dispersadas a partir de ese primer pliegue original que es punto de fuga, conciencia de un desdoblamiento primordial donde exterior e interior se confunden. Del sí mismo como un otro, al otro real. De la realidad de aquel otro, a la otra realidad del símismo.
La naturaleza amorosa de ese gesto no debe empero confundirnos, porque en los lienzos de Sandra Pani, los cuerpos estallan y se ramifican justamente porque aceptan la acción virulenta y cruel que conlleva toda transformación. El sentido de las metamorfosis que apreciamos en su obra se halla en el movimiento y sus signos palpables; en la convulsión misma de cuerpos que, al transfigurarse, abjuran la posibilidad de un estado ideal para el ser. Por ello, no encontraremos ninguna configuración definitiva como punto de partida o muelle de arribo. En la superficie de los cuerpos captados por su pintura experimentamos, por el contrario, sensaciones agitadas, movimiento, convulsión, bullicio, hervor de flujos efervescentes que son emanaciones de un devenir inagotable. Sandra Pani explora la membrana liminal de una serie de procesos que, ininterrumpidamente, generan intercambios y delinean coordenadas abstractas para nuevas corporalidades. Por vía de la eclosión, el escape y la apertura, el cuerpo se consuma en el plano de realización pictórica como sensación. Es por ello que las obras que conforman esta exposición pueden ser vislumbradas como umbrales de interconexión; pórticos de incumbencias, imbricaciones e interfaces que son instancias ilimitadas para la transformación y el cambio. De esta forma cada lienzo o dibujo representa a su manera, un plano admirable donde germinan y se despliegan seres abiertos a los fulgores y deflagraciones de la mutación.
Estas telas son límenes por los que los órganos devienen y se transforman al cariz del tegumento vegetal, la osificación cartilaginosa, o la tumefacción sistémica, en un crisol que asume como propias las potencias generadoras elementales: fuego, tierra, aire y viento. Desde esta perspectiva, las referencias a deidades ancestrales responden a una capacidad peculiar de apropiación que, en el caso de nuestra artista, subsume la anécdota para procurar la epifanía de las energías primordiales de la naturaleza.
Por último queda aún por descifrar el misterio del vacío que rodea a estas apariciones vibrantes, y diríamos, parafraseando a Nishitani, que tras esos espacios vacíos se halla quizá el sustrato de toda existencia posible, una nada fértil donde la muerte transfigura a la vida y la vida transfigura a la muerte; donde materia y espíritu se revelan mutuamente. Sandra Pani nos muestra cómo ser y nada se abrazan, reconociéndose y permutándose desde el corazón mismo de la vacuidad.
POR BLANCA GONZÁLEZ ROSAS
Concebida a partir de la dualidad, la obra de Sandra Pani explora la estructura original de la vida. Una vida única en la que el ser humano se fusiona con la naturaleza diluyendo las diferencias entre lo animal y lo vegetal. Una vida única en donde la figuración y la abstracción se fusionan delatando la estructura compartida del dibujo.
Admiradora de los árboles, Sandra Pani los ha convertido en el ancla de sus obras. Interesada en esa estructura corpórea que a través de raíces, tallos y ramas les permite estar al mismo tiempo en la profundidad de la tierra y en las grandes alturas, la artista se apropia discretamente de sus significados sagrados para sugerir que la vida tiene y es, un solo origen.
Interesada en encontrar la estructura esencial de esa vida compartida, Pani ha desarrollado un método de trabajo que se basa en el ciclo de la creación, destrucción y creación. Sensual y sutil tanto en el trazo dibujístico como en la aplicación pictórica, la artista crea figuras humanas y vegetales fragmentadas que cubre y encubre para poder descubrir, en acciones gestuales, la estructura de las líneas orgánicas que ambas comparten. Concentrada desde hace tiempo en el misterio de los blancos, la artista genera espacios de claridades difusas que nunca delatan si las figuras y formas evocadas emergen o se esconden. Espacios duales que enfatizan su ambivalencia a través de manchas que, de color rojo o café, remiten alevosa y falsamente a troncos, sangre y arterias.
Realizadas especialmente para el Museo Anahuacalli, las cinco series –cuatro de pinturas y una de dibujos- que presenta Sandra Pani en la exposición Dualidad y Transformación establecen un diálogo con la dualidad y fragmentación corpórea del universo mítico prehispánico.
Interesante en la trayectoria de la artista es el conjunto de los dioses a los que está dedicado el museo: Tláloc, Huehuetéotl, Ehécatl y Chicomecoátl. Con referencias simbólico-abstractas al agua en el primero, el fuego y cuerpo de Huehuetéotl se transfiguran en manchas rojas y negras que, expandidas y lineales, concentran la fuerza en una abstracta evocación al erotismo de la reproducción. En este conjunto, también sobresalen los autorretratos de la artista que dan rostro al dios del viento Ehécatl enfatizando su dualidad y, a la diosa del máiz Chicomecoátl, en cuya figura la estética kitsch de su actitud corporal, al involucrarse con el dramatismo del color sangriento del torso y del interior del cráneo, evidencia la convergencia de la contradicción. Inquietantes por su ambivalencia, iluminación y desfiguración, resultan las Transmutaciones entre cuerpos fragmentados y árboles. Transfiguraciones vegetales y corpóreas que se continúan en los elegantes y grandes dibujos, en los que se transmutan ambivalentemente estructuras óseas humanas en estructuras vegetales. En este contexto de evocaciones sutiles, la referencia directa a fragmentos corpóreos genera un contrapunto, que se enfatiza por la diversidad de las múltiples manos pintadas y dibujadas en el Políptico de 36 piezas y en la serie de Cuerpos Árboles.
Concebida a partir de la dualidad, la obra de Sandra Pani explora la estructura original de la vida. Una vida única en la que el ser humano se fusiona con la naturaleza diluyendo las diferencias entre lo animal y lo vegetal. Una vida única en donde la figuración y la abstracción se fusionan delatando la estructura compartida del dibujo.
Admiradora de los árboles, Sandra Pani los ha convertido en el ancla de sus obras. Interesada en esa estructura corpórea que a través de raíces, tallos y ramas les permite estar al mismo tiempo en la profundidad de la tierra y en las grandes alturas, la artista se apropia discretamente de sus significados sagrados para sugerir que la vida tiene y es, un solo origen.
Interesada en encontrar la estructura esencial de esa vida compartida, Pani ha desarrollado un método de trabajo que se basa en el ciclo de la creación, destrucción y creación. Sensual y sutil tanto en el trazo dibujístico como en la aplicación pictórica, la artista crea figuras humanas y vegetales fragmentadas que cubre y encubre para poder descubrir, en acciones gestuales, la estructura de las líneas orgánicas que ambas comparten. Concentrada desde hace tiempo en el misterio de los blancos, la artista genera espacios de claridades difusas que nunca delatan si las figuras y formas evocadas emergen o se esconden. Espacios duales que enfatizan su ambivalencia a través de manchas que, de color rojo o café, remiten alevosa y falsamente a troncos, sangre y arterias.
Realizadas especialmente para el Museo Anahuacalli, las cinco series –cuatro de pinturas y una de dibujos- que presenta Sandra Pani en la exposición Dualidad y Transformación establecen un diálogo con la dualidad y fragmentación corpórea del universo mítico prehispánico.
Interesante en la trayectoria de la artista es el conjunto de los dioses a los que está dedicado el museo: Tláloc, Huehuetéotl, Ehécatl y Chicomecoátl. Con referencias simbólico-abstractas al agua en el primero, el fuego y cuerpo de Huehuetéotl se transfiguran en manchas rojas y negras que, expandidas y lineales, concentran la fuerza en una abstracta evocación al erotismo de la reproducción. En este conjunto, también sobresalen los autorretratos de la artista que dan rostro al dios del viento Ehécatl enfatizando su dualidad y, a la diosa del máiz Chicomecoátl, en cuya figura la estética kitsch de su actitud corporal, al involucrarse con el dramatismo del color sangriento del torso y del interior del cráneo, evidencia la convergencia de la contradicción. Inquietantes por su ambivalencia, iluminación y desfiguración, resultan las Transmutaciones entre cuerpos fragmentados y árboles. Transfiguraciones vegetales y corpóreas que se continúan en los elegantes y grandes dibujos, en los que se transmutan ambivalentemente estructuras óseas humanas en estructuras vegetales. En este contexto de evocaciones sutiles, la referencia directa a fragmentos corpóreos genera un contrapunto, que se enfatiza por la diversidad de las múltiples manos pintadas y dibujadas en el Políptico de 36 piezas y en la serie de Cuerpos Árboles.